Por Miguel Ángel Iribarne | 17/06/2025

Cuando hablamos de Macropolítica nos estamos refiriendo a un conjunto heterogeneo de contenidos conceptuales que se entrelazan en torno a las tensiones dinámicas del poder en gran escala, lo cual incluye, entre otros, los temas del orden estatal y transestatal, de la soberanía, de la configuración de “grandes espacios”,del combate entre las culturas políticas y los consiguientes cambios de paradigmas, etc.
La necesidad de enfoques multidimensionales como el referido se vuelve imperativa cuando la propia Directora de Inteligencia Nacional de los EEUU, Tulsi Gabbard, acaba de advertirnos que “estamos más cerca que nunca del borde de la aniquilación nuclear”. No se llega allí sin el concurso de una variedad de factores que ninguna explicación monocausal puede satisfacer.
Lo que contemplamos es, precisamente una mutación acelerada al menos en tres campos, cada uno de los cuales condiciona a los otros sin ser capaz de determinarlos unívocamente. Esos campos son:
- la reconfiguración del orden político del espacio global;
- los cambios internos de las unidades políticas (o regime changes);
- el colapso de las ideologías legitimadoras previamente dominantes.
Comencemos por la cuestión del espacio, es decir, por la lucha por el “nomos” de la tierra, como diría Carl Schmitt. En 1939, ante una inminente IIGM, el pensador renano advertía sobre la caducidad del orden establecido tres siglos antes en Westfalia, para dar paso a grandes espacios, de límites flexibles, que desbordarían el concepto de soberanía estatal abriendo camino a realidades macrorregionales, subcontinentales o continentales estructuradas en torno a un país rector y ordenadas por un sistema jurídico-cultural diferenciado. La evolución crítica del proceso globalizador a partir, sobre todo, de 2008, nos indica que el mundo va hacia allí, que no es precisamente “chato” como lo describía Thomas Friedman, sino el planeta de las discontinuidades donde ya no solo EEUU y Rusia, sino China, India, eventualmente Turquía, etc. constituyen visibles nodos de estructuracion. Paralelamente se produce las declinación inocultable del cosmopolitismo racionalista y abstracto al modo de la ONU, entidad que está igualando en incompetencia a su predecesora la Sociedad de las Naciones.
De modo simultaneo, la presión de las nuevas realidades se
vuelve cada vez menos soportable por parte de las formas politicas tradicionales, particularmente en Occidente. No hay buenas noticias para quienes vieron en la República Francesa o la Norteamericana el nec plus ultra de la civilización política. Ambos países encierran condiciones objetivas propicias para la guerra interna, mientras que la tecnocracia, por un lado, y su contrapeso, el populismo, por otro, se conjugan para vaciar progresivamente de contenido a la democracia liberal. Naturalmente, los modelos ascendentes buscan su propia legitimación, con la consecuente incidencia sobre el terreno de la cultura política. Y así llegamos al tercer campo.
El liberalismo extremo está llegando a su agotamiento ante la percepción generalizada del wokismo como su consecuencia ineluctable. La gente se da cuenta de que las élites ultraliberales “levantan monumentos a los prtincipios y cadalsos a las conclusiones” como certeramente diría Vázquez de Mella. Democracia Soberana, Democracia Plebiscitaria. Estados Civilizacionales, etc. , conforman el lenguaje que intenta describir o justificar los paradigmas políticos nacientes. Va a haber que acostumbrarse a una gramática política distinta de la monopólicamente imperante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sería bueno que también los economistas lo entendiesen