Algunos aspectos de la vida de Manuel Belgrano

Por Claudio Chaves | 16/06/2024

Manuel Belgrano nació el 3 de junio de 1770 en el seno de una familia muy prolífica, pues fueron once hermanos.  Algo en general común en aquellos tiempos. Su padre  Domingo  había  nacido en  Oneglia, pueblito cercano a Génova, donde hoy hay un monumento a Manuel,  en una plazoleta donde desemboca la calle principal de la pequeña ciudad, era desde tiempos remotos una aldea dedicada al comercio marítimo al poco tiempo  se trasladó a Cádiz centro del comercio español con América donde  permaneció  nueve  años  y desde allí y ya con fuertes vínculos comerciales se dirigió a Buenos Aires adonde  llega en 1757. A fines de ese  año se casa con María Josefa González de 15 años proveniente de una familia de abolengo de Santiago del Estero.

Por sus relaciones entabladas  en Cádiz, Domingo  fue aceptado rápidamente en el exclusivo mundo de los comerciantes  porteños,  cuyo negocio consistía en comprar en Cádiz por cuatro  y vender al interior del país por ocho, usando palabras de Manuel   en una velada crítica al sector.  Volviendo  al padre, Domingo Belgrano además de constituirse en un poderoso comerciante  fue funcionario del Cabildo. Formaba parte de la elite porteña. Compró un solar en la actual calle Belgrano donde una placa recuerda el hogar de los Belgrano, al lado de la Iglesia de Santo Domingo.  Sus estudios  primarios los realizó con los dominicos y la secundaria en el viejo Colegio de San Carlos.   Al cumplir  dieciséis años sus padres lo enviaron a España para  continuar sus estudios. Partió con la idea de estudiar economía pero allá en el viejo continente cambió de ideas y se oriento hacia las leyes.   Ingresó en la Universidad de Salamanca, una  institución  con un pasado esplendoroso, pero en los años de Manuel, según nos informa en sus Memorias, ese tiempo había quedado atrás.  Se recibió en Leyes en Valladolid, luego  se abocó por su cuenta a estudios económicos. Resueltos sus estudios y merced a los contactos establecidos con altos funcionarios de la Corona, Belgrano  retornó a su tierra,  con un cargo de jerarquía a desempeñar en la ciudad que lo vio nacer: Buenos Aires.

LA CREACIÓN DEL VIRREYNATO Y EL CONSULADO

El  comercio fue  la única actividad productiva de la ciudad durante casi  doscientos años entre 1500 y 1700, un comercio menor, chiquito, porque la Ciudad de  Buenos Aires no estaba habilitada para ejercerlo,  España lo prohibía, de manera que aquel villorrio de barro  no ofrecía ningún atractivo para los españoles deseosos de buscar fortuna en América.  Durante 150 años la población se mantuvo estacionaria con mil habitantes.

El grupo de comerciantes que allí vivían  conformaron una clase social muy cerrada lo que los transformó en una pequeña oligarquía. El usufructo de sus negocios venía de muy lejos en el tiempo y pasaba de padres a hijos. Aunque de tanto en tanto alguno nuevo se sumaba si contaba con buenos vínculos con España, como fue el caso de Belgrano.

La creación del Virreinato fue un antes y un después para los comerciantes de Buenos Aires dado que  el comercio con Cádiz iba perdiendo interés. En el siglo XVIII el comercio de Buenos Aires fue evolucionando de manera positiva y  en el sentido de las grandes reformas económicas y políticas planteadas por los Borbones. Estos reyes  preocupados por el grado de atraso de su país respecto de Francia, Holanda o Inglaterra  procedieron a efectuar  cambios para elevar el nivel de productividad de la península. En ese sentido procuraron que las colonias americanas contribuyeran al desarrollo industrial español mediante el simple procedimiento de abastecer con productos naturales las industrias que soñaban establecer en su país. En ese pensamiento una de las primeras medidas que tomaron en América fue terminar con el sistema de monopolio de dos puertos americanos, La Habana y Cartagena comerciando con uno en España, Cádiz. En 1778 el Rey Carlos III habilitó catorce puertos españoles y diecinueve americanos a comerciar entre sí. Puertos como Barcelona, La Coruña, Gijon, Bilbao, entre otros, comerciaban con Montevideo, Buenos Aires, Valparaíso, Santiago, Arica, Lima, Guayaquil, por poner algunos ejemplos.  El monopolio  continuaba pero el comercio se ampliaba. De  manera que la vida de estas ciudades se activó y Buenos Aires pegó un importante salto.  En veinte años duplicó su población. España ya no demandaba oro y plata ahora requería insumos para su economía como por ejemplo: añil, cáñamo, lino, algodón, lana de vicuña y alpaca, pieles, azúcar, sebo en pan, maderas, yerba, jengibre, cobre, estas nuevas demandas requerían aligerar al comercio de obstáculos y darle un mayor vigor. Aquí en Buenos Aires promovió, entonces,  la creación del Consulado y colocó al frente del mismo a Manuel Belgrano en 1794.

Capítulo aparte merece la influencia que La Revolución Francesa ejerció sobre su pensamiento la   que vivió estando en España y que dejó huellas pues en su Autobiografía escribió: ¨se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad y solo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido.¨

Al asumir su cargo de Secretario del Consulado, a perpetuidad,  y al conocer a los hombres que formaban la junta del Consulado Belgrano comprendió que eran un grupo de hombres poco afectos a las innovaciones, todos comerciantes monopolistas vinculados a Cádiz cuyo negocio consistía en ganar por precio más que por cantidad de venta. La primer batalla en que Belgrano triunfó  fue incorporar en igual número a hacendados y ganaderos, sector social estratégico,  que no tenía representación institucional,  y que a raíz de la autorización de 1778 de libre exportación a distintos puertos de España la ganadería había crecido exponencialmente.

La apertura del comercio originó el crecimiento de la clase comercial y del grupo ganadero y de su giro económico pasó a ser considerable. Surgieron, entonces, comerciantes vinculados a otras regiones de España y no a Cádiz, que vivieron con gloria las nuevas disposiciones. De manera que en el sector del comercio comenzaron a perfilarse dos corrientes. La vieja y a esta altura francamente minoritaria casta  de representantes comerciales de Cádiz, y la nueva, de comerciantes de base nacional que pugnaron por expandir sus negocios. Estos últimos fueron la novedad y así mismo los impulsores de la economía rioplatense. Su objetivo central fue  expandir las exportaciones, razón por la cual de ese núcleo surgieron fabricantes de embarcaciones, emprendedores de riesgo, cuyas naves bogaron orgullosas por el Atlántico y el Mediterráneo. Fue una burguesía comercial e industrial vinculada al mercado atlántico con intereses en el grupo de hacendados exportadores. Estos hombres se sintieron representados por Belgrano y fueron la savia vital de la Revolución de Mayo.

“Al lado de los comerciantes de la ruta gaditana, la guerra eleva a la prosperidad a otros dispuestos a utilizar rutas más variadas: la de Cuba, Brasil y los Estados Unidos; la del norte de Europa neutral, antesala a la vez de la aliada pero semi aislada Francia y de la enemiga Inglaterra: la del Índico, con su reservorio de esclavos de Mozambique y sus islas del azúcar, tan ávidas de trigo que están dispuestas a comprar el rioplatense a los altos precios que impone el elevado costo de producción y de transporte. Este último grupo comercial, vertiginosamente surgido a primer plano será el que durante los años finales del domino español favorece, junto con los hacendados, la liberalización comercial emprendida por la corona”    (Halperín Donghi, Tulio: Revolución y Guerra. Formación de una élite dirigente en la argentina criolla. Ed. Siglo XXI. Bs. As. 2005. Pág. 45.)

Este novedoso grupo comercial se potenció al no llegar a la ciudad los barcos extranjeros sometidos a los riesgos de la guerra europea. Al abarrotarse en la aduana de la ciudad nuestras exportaciones este grupo  decidió invertir en embarcaciones capaces de desagotar el excedente acumulado, entre estos encontramos a Lavardén, Necochea, Ugarte, Tomás Antonio Romero y Martín de Alzaga.

Manuel Belgrano desde el Consulado impulsó a este sector con medidas tales como  la creación de la Escuela de Náutica y Matemática para generar futuros marinos y alentar las plantaciones de cáñamo y lino que su amigo Altolaguirre exploraba en su quinta de Recoleta: El lino y el cáñamo eran las materias primas de base industrial para la fabricación   de velámenes,  sogas de amarre, jarcias, lonas  y aceite,  sin lo cual sería muy difícil contar con una marina mercante, para la cual también propone la explotación forestal afirmando que por cada árbol que se tala deben plantarse tres.   Como los fisiócratas sostiene ¨que la agricultura es el verdadero destino del hombre¨.

La Escuela de náutica  la abrió ad referéndum de la Corte, que finalmente no la autorizó, aunque más tarde aprobada. Razones por las cuales  no se cansaba de escribir cosas como: ¨solo un gobierno indolente pueden despreciar las ganancias que resultarían de la exportación de nuestros productos a las colonias extranjeras.¨

¿Porque escribía esto? Porque la Junta de comerciantes del Consulado se negaban a aceptar la exportación de frutos del país, como sebo y tasajo, entre otros, de modo que Belgrano escribe: ¨Muchos creen que si se concede entera libertad para la extracción de frutos, el país quedará pobre y miserable, y todo vendrá a ser caro,  no es cierto, lo correcto es que no se impida el comercio exterior de los frutos, porque según es la extracción así es la reproducción.¨    Belgrano es el exponente intelectual  más vigoroso de nuestras exportaciones como medio sustancial del crecimiento económico del país.

“A cualquier lado que dirijo la vista, miro al comercio, objeto el más principal de nuestro instituto, abatido y casi digo anonadado, pues que no tiene un camino por donde conducirse. Recorramos nuestras barracas y hallaremos la multitud de frutos que tenemos depositado para pasto de la polilla; pasemos a nuestros hacendados y los veremos en la miseria por la falta de valor de las producciones; en una palabra todo se resiente de la falta del tráfico lícito” (Manuel Belgrano. Memoria del Consulado 1809).

También y para finalizar con su labor en el Consulado en uno de sus informes planteó la necesidad de traer del exterior curtidores para que enseñen el oficio a  nuestros paisanos que viven en la indolencia  para la confección de botas, borceguíes, correaje y cartucheras.

La vida de Belgrano ha sido corta, vivió cincuenta años, falleció el 20 de junio de 1820 sin embargo ha sido tan intensa que no puede ser compendiada en una nota recordatoria de nuestro Patrono del Foro. Elegimos entonces en la oportunidad una de sus tantas genialidadades.

 

MANUEL BELGRANO Y EL REY INCA

Los gobiernos surgidos en Buenos Aires luego de los acontecimientos de mayo 1810 se manifestaron en la generalidad de los casos  partidarios de ejercer el viejo poder que antes descansaba en el virrey. Alberdi lo ha explicado magistralmente: “La revolución de mayo de 1810, hecha por Buenos Aires, que debió tener por objeto único la independencia de la República Argentina respecto de España, tuvo el motivo de imponer  la autoridad de su provincia a la Nación emancipada de España. Ese día cesó el poder español y se instaló el de Buenos Aires sobre las provincias argentinas”

Visto de esta forma los acontecimientos posteriores a 1810 se entienden los eternos conflictos de Buenos Aires  con Artigas en el litoral y con el resto de las  provincias interiores especialmente cuando  los distintos intentos de gobiernos nacionales de esa década  imponían generales y gobernadores sin consulta ni sugerencia.  Un claro ejemplo de lo observado por Alberdi fue la actuación del Primer Triunvirato, clara muestra de Ejecutivo Nacional centralista y porteño que se ganó pronto la desconfianza del interior y de la Logia Lautaro, asociación promovida por José de San Martín y Carlos María de Alvear para alcanzar   la Independencia de España y la sanción de un texto constitucional.

Este Primer Triunvirato caracterizado por  un cerrado centralismo  y cierto espíritu de cobardía frente al poder español, fue abatido por un movimiento militar encabezado por San Martín el 8 de octubre de 1812. Las razones de este movimiento pueden hallarse en el abandono al que los triunviros   sometieron al Ejército del Norte, y así despojado de apoyo, se le ordenó  bajar  hasta Córdoba abandonando Salta y Jujuy  a los españoles, cosa que el creador de la bandera no acató, presentando batalla en Tucumán, donde los venció. Esta  indigna actitud del Triunvirato motivó el pronunciamiento. El nuevo gobierno denominado Segundo Triunvirato se propuso llevar adelante los principios de la Logia: Independencia y Constitución. En pos de ese objetivo fue convocado un Congreso o Asamblea donde se tratarían estos temas, conocida como Asamblea del año XIII.  La que reunida  no cumplió sus objetivos, ni Constitución ni Independencia y como si estos dos fracasos   fueran poco, rechazó a los diputados artiguistas por haber sido elegidos “incorrectamente’’ lo que  agravaría sensiblemente el conflicto con el caudillo oriental.

La fracasada Asamblea del año XIII antes de disolverse nombró un ejecutivo nacional con el rimbombante título de Director Supremo. El primero fue Antonio de Posadas. Bajo su dominio recrudecieron las acciones contra Artigas al punto de ponerle precio a su cabeza, vivo o muerto. Dorrego era por ese tiempo el jefe militar porteño, que bajo las órdenes del Director Supremo,   combatía   en la Banda Oriental al artiguismo. Derrotado  se vio  obligado a  retroceder   hasta Entre Ríos. La guerra interior crecía aceleradamente  poniendo en peligro cualquier intento organizacional. Mientras el litoral ardía  en Buenos Aires el Director Supremo había sido reemplazado por su sobrino el general Carlos María del Alvear quien  aturdido  por su genio  cometió  uno de los tantos  errores de vida política. Redactó un bando furibundo en el que acusaba a Artigas de asesino, bárbaro, malvado y monstruo.

Ante el creciente clima de guerra civil el general Álvarez Thomas responsable  del ejército porteño en Santa Fe  decidió pegar  un giro copernicano a la marcha bélica. Arregló con Artigas y se pronunció en Fontezuelas contra Alvear quien rápidamente abandonó el poder. Duró apenas tres meses en su cargo. Sus faltas  fueron tan graves como vertiginosas. Lo de más bulto fue solicitar el protectorado británico: “En estas circunstancias sólo la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único remedio de evitar la destrucción del país…” Escribió en una carta que Manuel José García llevó a Río de Janeiro y que por ser tan lanzada no se atrevió a mostrar al embajador británico en el Brasil. Dicen que una tarde, antes de asumir como Director Supremo  le hizo a su tío la siguiente pregunta: “Tío, soy joven, rico, bien parecido, elocuente, tengo genio y hasta he alcanzado glorias, ¿qué me falta para lograr el éxito? Y su tío, Gervasio Posadas antecesor en el cargo lo miró y le contestó: “Juicio. Carlos. Solamente juicio.”

El nuevo Director, Álvarez Thomas en acuerdo con San Martín, Rondeau y Güemes convocó a un nuevo Congreso a realizarse en Tucumán con el objeto de, al igual que la Asamblea del año XIII,  declarar la Independencia,  promulgar una Constitución y elegir una autoridad nacional transitoria hasta  que el Congreso fijara la definitiva forma de gobierno, la respectiva Carta constitucional y el modelo de  ejecutivo que requiere el país. Inició sus sesiones el 24 de marzo de 1816.

El primer debate que tuvo honda repercusión en Buenos Aires  fue al momento de elegir un Director Supremo. En Tucumán los hombres del interior se inclinaban por la figura de don José Moldes, diputado por Salta  de reconocido prestigio social y militar. Su carácter áspero y altivo no le impidió  ser propuesto para el cargo. Los diputados porteños se opusieron enérgicamente y la cuestión se trabó hasta que Pueyrredón surgió como candidato posible mediando en la puja. Mientras esta discusión se daba de manera acalorada, aquí en Buenos Aires  un grupo de hombres entre los que se hallaba Dorrego se inquietaron severamente frente a la posibilidad de que la autoridad nacional quedara en manos de un provinciano y Buenos Aires tener que acatar sus  órdenes. La idea era desagradable e inadmisible. Entonces en junio de 1816 un grupo de vecinos de la ciudad y estancieros poderosos de la campaña iniciaron un movimiento en pos de hacer de Buenos Aires  una provincia independiente del gobierno nacional, con su gobernador y su Junta de Representantes.  Aparecía el federalismo bonaerense. Estos hombres tomaban conciencia tarde, en el supuesto que hubiera ocurrido,  de los extravíos cometidos anteriormente sobre Artigas hechos en los que de alguna manera habían sido cómplices  por omisión o responsabilidad directa. Extravíos que ahora temían se hiciera sobre ellos y su provincia en el caso de que un norteño fuera el nuevo Director Supremo.

Los congresales reunidos en Tucumán se encontraban muy solos y desamparados. El Alto Perú, actual Bolivia, había caído en manos españolas luego de la batalla de Sipe-Sipe, el 29 de noviembre de 1815. Los maturrangos, como gustaba llamar San Martín a los españoles, amenazaban desde Chile.  El litoral convulsionado por la guerra civil entre el Directorio y Artigas, restaba fuerzas y ánimos a la independencia, y como si esto fuera poco  Fernando VII, restaurado en el trono español, planificaba retomar por la fuerza  sus colonias americanas. En el resto de hispanoamérica la revolución estaba derrotada. La única luz encendida  era Tucumán. Y  los veintinueve diputados allí reunidos la esperanza sudamericana. Solucionado el problema con una figura como la de Juan Martín de Pueyrredón se procedió a entrar de lleno en el asunto de la Independencia.

Para abordar el tema los  diputados necesitaban  imperiosamente conocer el clima y la atmósfera que se vivía en Europa.  Sabían las razones por las cuales se había convocado  el Congreso  y también  que se esperaba de ellos. Fue entonces cuando solicitaron la presencia  del general Manuel Belgrano, recientemente nombrado al frente del Ejército del Norte y recién llegado  de Europa, para que en sesión secreta describiera  la situación y el estado de ánimo de los gobiernos del viejo continente. Belgrano habló con ellos el 6 de julio. En apretada síntesis informó:

Que los gobiernos europeos habían pasado de la valoración de los hechos americanos a descalificarlos por el desorden y el caos imperante. Que de España no debíamos temer puesto que se hallaba en una situación desesperante. Que Inglaterra no nos iba a ayudar pero tampoco a España, que Portugal no nos atacaría y que dependíamos solo de nuestras fuerzas para vencer y ordenar la guerra revolucionaria. Que al estar en Europa todo  monarquizado el no veía otra opción de gobierno,  frente al compromiso de las naciones del viejo continente de intervenir en aquellas regiones que se opusieran al nuevo orden mundial.[1] De modo que  propuso una monarquía temperada a cuyo frente habría un Inca con  capital  en  Cuzco. El tema no era nuevo. Ya lo había planteado Miranda. Lo cierto fue que tuvo defensores y detractores. ¡Y qué detractores!

Entre los primeros estuvieron los diputados del interior y del Alto Perú más el general Martín Miguel de Güemes y José de San Martín que en carta a Godoy Cruz, diputado de Cuyo al Congreso le decía:

“Yo digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un Inca a la cabeza, las ventajas son geométricas, pero por la patria les suplico no nos metan en una regencia de personas, en el momento que pase de una todo se paraliza y nos lleva al diablo.”(24/5/1816) “Me muero cada vez que oigo hablar de federación. ¿No sería más conveniente trasplantar la capital a otro punto, cortando por este medio las quejas de las provincias. ¡Pero federación! ¿Y puede verificarse? Si en un gobierno constituido y en un país ilustrado, poblado, artista, agricultor y comerciante se han tocado en la última guerra contra los ingleses- hablo de los americanos del norte- las dificultades de una federación. ¿Qué será de nosotros que carecemos de aquellas ventajas? Amigo mío, si con todas las provincias y sus recursos somos débiles ¿Qué nos sucederá aislada cada una de ellas? [2](24/2/1816)

Por un lado la situación mundial y por el otro nuestras propias dificultades hacían pensar a los generales de la independencia –todos ellos demócratas convencidos- que lo mejor en ese momento era una Monarquía temperada capaz de mantener asociadas  a las Provincias Unidas en América del Sud tal cual afirmaba la declaración de la Independencia. Alberdi ve el asunto con absoluta normalidad frente a la atmósfera europea de beligerancia anti-republicana. Mitre por el contrario consideraba que:

“El Congreso había perdido la noción de la realidad y vivía en una región puramente fantasmagórica. El pueblo de Buenos Aires siempre dispuesto a reír como el de Atenas, hizo la caricatura del plan con chistes gráficos. Es la monarquía en ojotas, decía el doctor Agrelo. Dorrego, con su estilo llano al alcance del pueblo, agregaba: este es un rey de patas sucias. El coronel Nicolás de Vedia, yo seré el primero que salga a recibir al rey, mi amo…con un fusil en la mano” (Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano)

Tomás de Anchorena, diputado al Congreso de Tucumán, genuina expresión del federalismo porteño, mano derecha del caudillo nacional y popular, don Juan Manuel de Rosas en carta a su amigo, muchos años después afirmaba del Inca: Un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería.”

Por su lado Rivadavia no se quedaba atrás: “No puedo dejar de confesar que sabido con sorpresa y dolor que ahí se fomenta la idea de proclamar a un descendiente de los Incas. Como he llegado a comprender que uno de los que habían abrazado con ardor esta opinión es Manuel Belgrano, le he escrito largamente sobre este particular, exponiéndole las principales razones que, en mi concepto, deben condenar tan desgraciado pensamiento a un absoluto olvido”. Pertinente coincidencia ideológica de federales y unitarios porteños especialmente si se trataba de ofender a provincianos del color del chocolate.

BOLIVAR Y BELGRANO

En su carta de Jamaica de 1815, que Belgrano no podía haber leído al momento de proponer su proyecto del Inca, Simón Bolívar desesperaba por hallar un punto en América capaz de unificar por su cultura, su imperio, su arte, al conjunto hispanoamericano, que en su lucha por la Independencia había generado  el estallido de una región que antes unía España. En la misma carta se preguntaba  si México podría suplir a la vieja metrópoli  y se contesta que, en principio, sí  “por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópolis” sin embargo era un poder excéntrico, se hallaba en los bordes. Pensaba entonces en el istmo de Panamá pero para eso faltaba mucho. No halló el lugar. No lo encontró y dejó trunca su idea. Entiendo que Belgrano, San Martín y Güemes  se hicieron la misma pregunta y creyeron que el Cuzco por su tradición cultural de gran imperio centralista pero ahora  sostenido por generales tendría la fuerza centrípeta suficiente para mantener unidas a las provincias Unidas en América del Sur. No pudo ser. Finalmente vinieron las Repúblicas y naturalmente la balcanización.