Capitalismo de rostro humano

Palabras pronunciadas por Rodolfo Barra en la facultad de derecho de la UCA, el 28 de abril pasado

Por Rodolfo Carlos Barra | 04/05/2025

Es famosa la frase de Churchill sobre la democracia: “la democracia es el peor sistema de gobierno, excepto todos los demás”. Podemos también aplicarla al capitalismo, como el peor sistema económico, excepto todos los demás.

Claro que, tanto la democracia como el capitalismo –que parecen formar una muy buena pareja- pueden ser perfeccionados, mejorando su capacidad de servicio al ser humano concreto y “de a pie”. Esta calidad servicial es la razón de ser de todo sistema político y económico, calidad que genera, como resultado propio específico, en la terminología actual, la inclusión, es decir, la participación de todos los miembros de la comunidad políticamente organizada en los beneficios del Bien Común, según la igualdad proporcional, distributiva, enriquecida por la solidaridad. Las tres especies de la virtud de la justicia, según la doctrina clásica –general y particular, conmutativa y distributiva- generan la justicia social, y se subliman en ella, cuando son enriquecidas con la solidaridad y la misericordia sociales. Es decir, la colaboración y apoyo mutuo entre todas las partes del todo comunitario y, su perfección: el compartir los sufrimientos ajenos como si fueran propios, de manera que el sufrimiento (las exclusiones) de una categoría social sea sentida como sufrimiento de todas las restantes categorías.

Si bien los sistemas sociales, estrictamente, no tienen rostro, ni mucho menos alma, la antropomorfista aplicación a ellos de tales caracteres ayudan a expresar estas ideas.

Obviamente la expresión –capitalismo de rostro humano- la robé del checoslovaco Dubcec: “socialismo de rostro humano”, que fue el lema de la “primavera de Praga” (1968) y del fracasado reformismo socialista de fines de los 60’.

Dicen que el rostro es el espejo del alma, como si aquél fuese el retrato de Dorian Grey.

El socialismo no pudo cambiar de rostro, seguramente porque su alma era ya irrecuperable, o bien porque los dirigentes no tenían muchas ganas de cambiar nada. No debería suceder lo mismo con el capitalismo, al que podríamos, para favorecer su rostro, aplicar los “no de Francisco”, que están recordados en la monografía que estamos presentado:

-no a una economía de exclusión

-no a la nueva idolatría del dinero

-no a un dinero que gobierna en lugar de servir

-no a la inequidad que genera violencia

-no a la destrucción de la casa común

-no a la cultura del conflicto

Francisco se nos ha ido ya a la Casa del Padre, pero no sin dejarnos, además de su profunda huella pastoral, sus enseñanzas, incluso pensada para un nuevo sistema cuyos efectos son todavía difíciles de prever. ¿Cómo será el capitalismo en la era de la inteligencia artificial? ¿Cómo será la humanidad en la era de la inteligencia artificial? ¿Cuánto bien puede ésta realizar en una economía de inclusión? Y, por el contrario, ¿Cuánto mal en una economía que transforma aquellos “no” en perversas afirmaciones?

Los “si” de Francisco son los “si” del Evangelio, los “si” de las Bienaventuranzas, como estructura sustancial de cualquier sistema, lo “si” productivos y distributivos –producción para la distribución- que también nos enseña el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, ejemplo de producción no para la acumulación sino para la distribución, para el servicio, para el bien de los demás: una producción solidaria.