Derecha identitaria y globalización

En torno al extremismo, la globalización y las diversidades identitarias

Por Carlos González Cuevas | 04/05/2025

1. Posiciones y conceptos en torno al “extremismo”

Se quiera reconocer o no, ningún Estado es ideológicamente neutral; y menos que ninguno el liberal. Todo Estado es Estado “ético”, en el sentido que tiene como fundamento y difunde un determinado concepto de la vida y de la sociedad. En ese sentido, el papel de los medios de comunicación resulta esencial. En España e igualmente en el resto de Europa y Estados Unidos, los medios de comunicación utilizan el lenguaje de una forma claramente unidireccional, en la que los actos performativos de poder definen un entorno en el que no cabe ninguna réplica; este lenguaje lo denomina J. A. G. Pocock, “politics of bad faith”, cuyo fundamento es la relación amigo/enemigo. Se define al “otro”, al discrepante, al disidente de una forma que no admite réplica y con ello le lleva a su destrucción{1}. Tanto en su vertiente ideológica como directamente política, los medios hegemónicos –en España, pensemos en El País, como arquetipo– desarrollan una dialéctica que Arthur Schopenhauer denominaba “erística”, es decir, orientada en último término con el único objetivo de obtener la victoria en las disputas sin tener en cuenta para nada la verdad. Sus recursos son la homonimia, la falsa premisa, el ataque personal, los argumentos ad hominem, la retorsio argumento, el argumentum ad auditórium, el argumentum ad verecundiam, &c.{2}. Un recurso permanente de estos sectores es la pseudologia o silogismo de falsa identidad; o, como diría leo Strauss, la reductio ad Hitlerum{3}.

El ascenso en Europa de nuevas fuerzas políticas que cuestionan, desde posiciones conservadoras y nacionalistas, el orden europeo actual ha redoblado la acción retórica de la maquinaria mediática hegemónica. Estas fuerzas políticas, que podemos conceptualizar como “identitarias”, han sido catalogadas insistentemente en los medios de comunicación como “extrema derecha” o “neofascistas”. ¿Es eso cierto?. En mi opinión, no. Sobre el concepto de “extrema derecha”, el politólogo e historiador Jean-Pierre Taguieff ha señalado que, en realidad, carece de sentido preciso, ya que nunca se construyó para designar un tipo-ideal –en el sentido weberiano– o un modelo teórico. Y señala: “Ha quedado como una expresión polémica integrada, sin un trabajo mínimo de elaboración conceptual, en el vocabulario usual de los historiadores, de los politólogos y de los especialistas en ciencias sociales, pero igualmente en los actores políticos y los periodistas: una denominación convenida, ciertamente cómoda para referirse a la amalgama abigarrada de enemigos declarados de la democracia liberal, de la izquierda socialdemócrata y del comunismo, pero conceptualmente vaga, de fronteras indeterminadas”{4}. En realidad, como señalan Seymour Martin Lipset y Earl Raab, el término “extremismo” sólo es válido para describir a los sectores políticos que intentan destruir el pluralismo inherente al sistema demoliberal de partidos, “un sistema con muchos centros de poder y zonas de intimidad”{5}. Una alternativa que ninguno de los partidos de derecha identitaria ha planteado jamás. Para el historiador norteamericano Stanley G. Payne, los resultados de la búsqueda constante de nuevos fascismos han sido “sistemáticamente negativos”. “Cuando se identifica un nuevo fenómeno político de una cierta importancia, resulta no ser genuinamente fascista”. Y es que el antifascismo es “un concepto y un estandarte propagandístico que en algunos sentidos resultaba más útil e interesante en su aplicación cuanto más se alejara cualquier sociedad concreta del fascismo, un símbolo por antonomasia de la izquierda, mucho más que las clases sociales tradicionales…”{6}.

2. La globalización y sus enemigos

El desarrollo de estas tendencias políticas han de relacionarse con el proceso de globalización económico y cultural experimentado por las sociedades occidentales desde finales del siglo XX. En un mundo en el que los bienes, las ideas y los capitales, las epidemias y las imágenes, la contaminación y las personas fluyen a través de las fronteras nacionales con una facilidad nunca antes conocida, la política tiende a asumir formas transnacionales –instituciones globales, como la célebre Gobernanza, la Unión Europea, &c.–, aunque sólo sea para mantenerse a la par de esa movilidad{7}. En ese sentido, el filósofo alemán Jürgen Habermas, ha hecho referencia a la emergencia de una identidad “postnacional”{8}.

Sin embargo, continúa sin ser evidente que las instituciones políticas y económicas surgidas de ese proceso globalizador puedan inspirar la identificación y la lealtad –la cultura y la moral cívica de la que depende, en última instancia, la legitimidad democrática. No sin razón, algunos representantes de la denominada “izquierda lacaniana” han señalado que las formas políticas globales no generan en la población la jouissance, es decir, el goce. Y es que, pese al proceso de globalización económica, la nación sigue siendo “objeto deseable y a menudo irresistible como identificación”{9}. Además, hay que tener en cuenta que la globalización ha tenido y tiene sus propias víctimas, entre las clases medias y obreras, a través de la deslocalización de empresas, la emigración masiva; y el multiculturalismo y la cultura woke, inspirados por lo que el filósofo y científico Jean Bricmont ha denominado “gauche moral”{10}.

Fenómenos tales como la crítica a la emigración nada tienen que ver en sí mismos con el “fascismo”. Como ha señalado el politólogo Andrés Rosler, la democracia es inseparable de un cierto particularismo, en concreto de la defensa de las identidades nacionales y culturales{11}. La emigración es, y hay que dejarlo bien claro, un problema muy real para las sociedades europeas desarrolladas. Un problema a la vez político, social y económico. Como sostiene el filósofo conservador Roger Scruton, la globalización “no ha disminuido el sentido de la nacionalidad de la gente”. Bajo su impacto, “las naciones se han convertido en los receptáculos primarios y preferidos de la confianza de los ciudadanos, y el medio indispensable para comprender y disfrutar las nuevas condiciones de nuestro mundo”. En ese sentido, las migraciones masivas procedentes de África, Asia y Oriente Medio “han creado minorías potencialmente desleales y, en cualquier caso, antinacionales en el corazón de Francia, Alemania, Holanda, los países escandinavos y Gran Bretaña”{12}. No muy lejos de la postura del conservador Scruton se encuentra el izquierdista Zizek, para quien es “evidente la distinción entre el fascismo propiamente dicho y el populismo antiinmigración actual”. Y es que aquellos que defienden una apertura total de las fronteras, “¿son conscientes de que, puesto que nuestras democracias son naciones-Estados, su petición equivale a la suspensión de la democracia?”. “¿Debería permitirse que un cambio descomunal afecte a un país sin una consulta democrática a su población?”{13}.

Didier Eribon –sociólogo de izquierdas y biógrafo de Michel Foucault– ha descrito de una manera muy gráfica la experiencia de su familia, antigua votante del PCF, ante los retos que implican la competencia económica y la coexistencia social con las minorías musulmanas. Un nuevo contexto que provocó su voto al Frente Nacional de Le Pen: “Por más paradójico que pueda parecer, estoy convencido de que el voto por el Frente Nacional debe interpretarse, al menos en parte, como el último recurso con el que contaban los medios populares para defender su identidad colectiva y, en todo caso, una dignidad que sentían igual de pisoteada que siempre, pero ahora también por quienes los habían representado y defendido en el pasado. La dignidad es un sentimiento frágil e inseguro: necesita señales y garantías. Necesita, ante todo, no tener la impresión de que uno es considerado una cantidad despreciable o simples elementos en cuadros estadísticos o archivos contables, es decir, objetos mudos en la decisión política”. “Al principio mi madre comenzó a quejarse de la ‘retahíla’ de hijos de los recién llegados, quienes orinaban y defecaban en las escaleras y que, ya adolescentes, convirtieron la ciudad en el reino de la pequeña delincuencia en medio de un clima de inseguridad y miedo. Se indignaba por cómo dañaban el edificio desde las paredes del edificio, desde las paredes de la escalera a las puertas de los depósitos individuales del subsuelo o los buzones de entrada –apenas los reparaban ya los rompían otra vez–, por el correo y el periódico que desaparecían con demasiada frecuencia. Sin hablar de los daños a los autos en las calles, retrovisores rotos, pinturas rayadas… Ya no soportaban el ruido incesante, los olores que emanaban de una cocina diferente, ni los gritos de los corderos que degollaban en el baño del departamento de arriba para la fiesta de Aïd el-Kébir (…) El ‘sentido común’ que compartían las clases populares ‘francesas’ sufrió un profundo cambio, precisamente porque la cualidad de ‘francés’ se convirtió en su elemento principal, reemplazando a la de ‘obrero’ u hombre y mujer ‘izquierda’”{14}. De ahí igualmente que la politóloga Chantal Mouffe no considere “fascistas” a los nuevos partidos de derecha identitaria. A su entender, vivimos en la actualidad en Europa un “momento populista”; y estos partidos se presentan como “los adalides de la restitución al ‘pueblo’ de la voz que le habían quitado las elites. Mediante el trazado de una frontera entre “el pueblo” y el “establishment político”, lograron traducir a un vocabulario nacionalista las demandas de los sectores populares que se sentían excluidos del consenso dominante. La acusación de “fascistas” o de “extrema derecha” es “una manera fácil de descalificarlos, sin reconocer la propia responsabilidad del centro izquierda en su surgimiento”{15}.

En realidad, el concepto que mejor describe el contenido del proyecto de estos nuevos grupos es, como ya hemos adelantado, el de “derecha identitaria”, ya que su interés se centra en la defensa de la identidad nacional de sus respectivos países, cuestionada tanto por el proceso de globalización y el modelo de construcción europea como por la emigración masiva, sobre todo de raíz musulmana{16}. En ese sentido, manifiesta una posición nacionalista, que se traduce en la recuperación del poder de decisión de los estados nacionales; plantean la transformación de la Unión Europa en una confederación de naciones; son proteccionistas desde el punto de vista económico, priorizando el mercado interior para que los empleos que se generen lo ocupen los nacionales; rechazan el multiculturalismo, como destructor de la cultura europea; se muestran partidarios del control de la emigración e incluso de cerrar las fronteras{17}. Como ya planteaba Maurice Barrès a finales del siglo XIX, la emergencia de estos nuevos partidos plantea una reedición de la vieja querella entre nacionalistas y cosmopolitas{18}. No se trata de una opinión extemporánea o anacrónica; lo mismo opina el liberal búlgaro Ivan Krastev: el conflicto fundamental se define hoy entre “cosmopolitas” y “arraigados”{19}. Y es que, como señala Wolfgang Streeck: “El identarismo cosmopolita de los dirigentes de la era neoliberal, originado en parte por el universalismo de la izquierda, hace surgir, como reacción, el identitarismo nacional, mientras que la reeducación antinacional desde arriba da lugar a un nacionalismo antielitista desde abajo. Quien pone a una sociedad bajo presión económica o moral hasta el punto de la disolución cosecha resistencia procedente de sus tradicionalistas, porque todos los que se ven expuestos a las incertidumbres de los mercados internacionales, cuyo control se les prometió, pero nunca se les dio, preferirán un pájaro en mano a ciento volando: elegirán la realidad de la democracia nacional, por imperfecta que sea, frente a la fantasía de una sociedad global democrática”{20}.

Ni se encuentra lejos de este diagnóstico el geógrafo Christopher Guilluy, quien denuncia la destrucción de las clases medias y populares como consecuencia de la globalización y de la nueva clase dominante emergente, “la burguesía asocial”, a través del multiculturalismo y el desprecio por las identidades nacionales y tradicionales. En ese sentido, critica la demonización que a diario sufren, en los medios de comunicación, personajes como Donald Trump, la vieja clase obrera, la clase media y el Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional, que ha logrado representar a sectores descontentos con la progresiva instauración de los modos y maneras de la nueva sociedad global y cosmopolita{21}.

3. Diversidades identitarias

Sin embargo, las derechas identitarias no representan una alternativa homogénea a nivel europeo, sino que responden a distintos contextos sociales, culturales, políticos y económicos. Alternativa por Alemania se opone al aborto y al matrimonio gay; es euroescéptica. El Frente Nacional Francés no cuestiona el aborto o el matrimonio gay; es contrario al euro y a la Unión Europea. El holandés Partido de la Libertad se muestra partidario del aborto y del matrimonio gay; pide la salida del euro y de la Unión Europea. La Unión Cívica Húngara se opone al aborto y al matrimonio gay; no es partidario de la salida de su país de la Unión Europea. El polaco Ley y Justicia es contrario al aborto y al matrimonio gay. El británico UKIP está de acuerdo con el aborto, pero no apoya las reivindicaciones del colectivo LGTBEI; es contrario a la Unión Europea. El austríaco Partido Liberal es contrario al aborto y al matrimonio gay. La Liga Norte se muestra contraria al matrimonio homosexual{22}. El español VOX se opone al aborto y al conjunto de la cultura woke {23}. El portugués CHEGA defiende el derecho al aborto en caso de que la mujer sea violada y el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexto, pero no del matrimonio{24}

Alianza por Alemania fue fundada en febrero de 2013 bajo el liderazgo de Bernd Lucke, profesor de economía de la Universidad de Hamburgo. En abril de ese mismo año se realizó en Berlín, el primer congreso del partido y se fijó una fuerte posición crítica frente a la política del rescate de euro. En las elecciones de 2017 consiguió noventa y diputados en el Parlamento. Su base social procede de la clase media. Su discurso defiende “una Alemania soberana”, “que la cultura alemana continúe en el futuro, en una coexistencia pacífica con otras culturas europeas”; “freno a la inmigración masiva, especialmente proveniente de los países musulmanes”; “aumentar la tasa de natalidad”, lo que implica “una política familiar diferente, que pueda brindar alivio impositivo a las familias con hijos”; regreso a una Unión Europea compuesta por Estados Nacionales soberanos”; “una democracia más directa, mediante referéndums como en Suiza”; rechazo de la “ideología de género”; abolición del euro; defensa del “ordoliberalismo”, del liberalismo conservador frente al liberalismo progresista{25}. Su vicepresidente, Frauke Petry se pronunció por una “Europa de las naciones, pacífica, soberana y respetuosa con la soberanía de los Estados miembros”{26}.

En Francia, el Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional, bajo la dirección de Marine Le Pen, se ha mostrado como un férreo enemigo de la globalización neoliberal{27}; y se ha pronunciado a favor de medidas proteccionistas e intervencionistas. Las propuestas de Le Pen fueron “la protección férrea contra el terrorismo islámico”, con clausura de mezquitas, el cierre de fronteras y el endurecimiento de las políticas de emigración, la posible salida de Francia de la Unión Europea y el distanciamiento de la OTAN{28}.

Italia ha experimentado igualmente el resurgir del nacionalismo. La Liga Norte, que siempre se había mostrado muy crítica con el centralismo de Roma y planteó en no pocas ocasiones la posibilidad de la ruptura de la República de Italia, en su último congreso de 2017 cambió su nombre por el de La Liga, para convertirse en un partido nacional. Su líder Matteo Salvini desarrolló un discurso antieuro y contra la inmigración, e incluso hizo referencia al abandono de la Unión Europea, abogando por el control de las fronteras, de las finanzas y de la moneda{29}. Por otra parte, el heredero del Movimiento Social Italiano y de Alianza Nacional, Fratelli d´Italia, liderado por Giorgia Meloni e Ignazio La Russa, aboga por la reconstrucción de la Europa de los pueblos. Existen otros grupos como la Casa Pound, que de muestra partidaria de “restaurar la soberanía nacional y apoyar a las empresas y familias italianas”, planteando la salida del euro y de la Unión Europea, la introducción de una nueva moneda soberana italiana; la nacionalización de la Banca de Italia y la Casa de Depósito y Préstamos, y la creación del Instituto para la Reconstrucción Industrial{30}.

En Holanda, el Partido de la Libertad (PUV), bajo la dirección de Geert Wilders, propugna la salida de su país de la Unión Europea y de la OTAN, mediante un referéndum e incrementar los gastos en seguridad interna ante la amenaza del terrorismo islamista{31}.

En la Península Ibérica, la emergencia de las derechas identitarias ha sido más tardía. En España, VOX ha puesto su centro de interés en la defensa de la unidad nacional frente a los nacionalismos periféricos, la crítica del Estado de las autonomías, la defensa de políticas natalistas, liberalismo económico, el rechazo de la emigración ilegal, del multiculturalismo y del conjunto de la cultura woke y del federalismo europeo {32}. CHEGA rechaza la emigración ilegal, aboga por liberalismo económico y un sistema político presidencialista, critica el federalismo europeo, &c.{33}.

Expresión política e institucional de un sector de estas tendencias identitarias es el denominado grupo de Visegrado, ciudad húngara donde reunieron en 1991 los jefes de Estado de Polonia, Lech Walesa; el de Checoslovaquia, Vaclav Havel, y Jozsef Antall, primer ministro de Hungría. Desde su fundación, el grupo de Visegrado se trazó una serie de tareas, como llevar a los cuatro países –Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia– a la OTAN y coordinar su ingreso en la Unión Europea. Y es que la experiencia de las luchas de independencia del siglo XIX hizo que estos países de la Europa oriental fuesen más nacionalistas, mientras que la experiencia de los regímenes comunistas desacreditó históricamente a las izquierdas{34}. Desde entonces, los países integrados en el grupo tratan de fortalecer aquellos puntos de coincidencia y actuar en bloque sobre todos los frentes ante la política emigratoria defendida por los dirigentes de la Unión Europea, quienes les habían asignado la admisión de 120.000 inmigrantes; lo cual provocó que los cuatro países del grupo cerraran filas y rechazaran el esquema establecido. Eslovaquia y Hungría presentaron recurso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que rechazó sus posiciones. A partir de ahí, el primer ministro de Hungría Viktor Orbán convocó un referéndum en contra de las decisiones de Bruselas. Orbán ha sido uno de los más grandes adalides de la política identitaria, abogando por una reforma de la Unión Europea, que contempla la protección de los valores tradicionales –Familia, Patria y Moral-, de la soberanía estatal y de la identidad cristiana. De la misma forma, junto a los países del grupo de Visegrado, el gobierno húngaro enarboló los “valores perdidos” de la Unión Europea (Adenauer, Monnet, Schuman), que daban sentido a una gran Europa de los pueblos. Entre estos valores se encuentran, según Orbán, “la soberanía económica”, “la recuperación demográfica”, “la identidad nacional” y el “trabajo”, plasmados en la Constitución de 2011{35}.

En el Parlamento Europeo, las derechas identitarias han permanecido divididas. En un primer momento, un sector se organizó en torno al grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa, compuesto por diputados independientes en su mayoría. Mucha más importancia y transcendencia ha tenido el grupo Identidad y Democracia, que aglutinó a partidos identitarios como Alianza por Alemania –expulsado en 2024–, Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional, Partido Popular Danés, Liga de Italia, Partido de la Libertad de Austria, el belga Vlaams Belags, el checo Libertad y Democracia Directa, &c. Igualmente representativo de otras corrientes identitarias ha sido Conservadores y Reformistas Europeos, donde estuvo inserto el Partido Conservador británico, hasta el triunfo del Brexit; posteriormente, se integraron el polaco Ley y Justicia, Hermanos de Italia, VOX, Demócratas de Suecia, Partido de los Filadeses, Nueva Alianza Flamenca, &c. Tras su salida del Partido Popular Europeo, Fidesz, el movimiento húngaro dirigido por Viktor Orbán, se integró en Conservadores y Reformistas.

Al socaire de las sucesivas crisis económicas, políticas, sociales y culturales experimentadas por el conjunto de las sociedades europeas, los partidos de la derecha identitaria han conseguido notables éxitos electorales en Francia, Alemania, Holanda, Italia, España. Portugal, Polonia, Suecia, Dinamarca, Austria, Hungría, &c. Este aumento de los apoyos electorales se puso de manifiesto en las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024, en el que los partidos de derecha identitaria consiguieron 159 diputados. El mayor incremento se produjo en Francia, Italia, Alemania, Polonia, Portugal. España, Hungría, Austria, &c. Conservadores y Reformistas consiguieron 72 diputados. Identidad y Democracia, 58. Además de otros partidos que se adhirieron a los No Insertos.

La dirigente más activa fue la italiana Georgia Meloni, que se manifestó abierta a una relación con la elite dirigente de Bruselas y el Partido Popular Europeo. Pero fue marginada tanto por los populares, socialistas y liberales. Otros sectores identitarios, capitaneados por Vicktor Orbán, abandonaron Conservadores y Reformistas, para fundar Patriotas por Europa, al que se adhirieron Agrupación Nacional, VOX, La Liga Italiana, CHEGA, Partido Popular Demócrata Cristiano, Partido de la Libertad, Partido Popular Danés, &c. Al Margen quedó Meloni, que permaneció en Conservadores y Reformistas. El nuevo grupo cuenta con 84 parlamentarios; y es el tercero de la cámara., por debajo de populares y socialistas. Para Patriotas por Europa, el eje político ya no se centra entre izquierda y derecha, sino entre “centralistas que quieren un superestado europeo y los patriotas y soberanistas que luchan por preservar y fortalecer la Europa en las naciones”. Se aboga por una Europa de “naciones fuertes, orgullosas e independientes, de vivir y cooperar con otras”; instituciones europeas legitimadas “en las naciones”; “soberanía inquebrantable”, “paz y diálogo”, protección de fronteras, rechazo de transferencias de soberanía a las instituciones europeas, derecho a veto de las naciones, &c. {36}. Por su parte, Alternativa por Alemania ha organizado otro grupo político en el Parlamento europeo, bajo la denominación de Europa de las Naciones Soberanas, junto al búlgaro Revival, la polaca Confederación Libertad y la Independencia y el francés Reconquista{37}

Sin embargo, el tema de la derecha identitaria trascendió las fronteras europeas con la inesperada, y para muchos inexplicable, victoria de Donald Trump sobre Hilarie Clinton en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. El líder republicano y presidente norteamericano hasta 2020 ha sido tachado, entre otros, por el historiador mejicano Enrique Krauze como “el fascista americano”{38}. En el mismo sentido, se ha expresado el filósofo francés Alain Badiou, para quien Trump representa un “fascismo democrático” {39} . Con más tino, el italiano Enzo Traverso niega que Trump sea un fascista y lo inserta en un “mundo antropológico neoliberal”. “Trump aparece en la época neoliberal, la era del capitalismo financiero y la precariedad endémica. No moviliza a las masas, atrae a un público de individuos atomizados, consumidores empobrecidos y aislados”{40}. En ese sentido, su programa político se centró en los temas de defensa y seguridad, en el proteccionismo arancelario con la denuncia de los tratados de libre comercio y en el rechazo de la inmigración{41}. En cualquier caso, la victoria del líder republicano, dentro de un contexto social, político y cultural tan específico como el de Estados Unidos, fue el reflejo, como en Europa, del malestar de un extenso sector de la población que se siente excluido por el modernismo cultural, la globalización, la cultura woke y el cosmopolitismo.

El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca abre, sin duda, un nuevo horizonte a la trayectoria política e ideológica de las derechas identitarias tanto en Europa como en el resto del mundo.