El wokismo nos retrotrae a la superstición y a la animosidad de lo tribal, dice este filósofo argentino que enseña en París y que fue cancelado en la Universidad Sciences Po por ir contra la ideología de género
Por Laura Ventura | 19/05/2024
“Vivimos en una monocultura ideológica de izquierda que se cree progresista, pero que en realidad es profundamente retrógrada. Este mal comenzó en las universidades y se extendió hoy a los medios y las instituciones”, afirma Leonardo Orlando, filósofo nacido en Buenos Aires en 1981.
Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por Sciences Po París, licenciado y magister en Filosofía por la Universidad de la Sorbonne, Orlando realizó un posdoctorado en Ciencias Cognitivas y Psicología Evolucionista en la École Normale Supérieure, la institución que más Premios Nobel produjo en el mundo.
Este filósofo nacido en Villa Ballester, quien a los 18 años se marchó a París para estudiar, sin beca y sin hablar francés, desplegaba su labor docente hasta que dos programas que iba a brindar en 2022 (“Psicología política y evolución” y “Biología, evolución y género”) en la mayor escuela de gobierno del mundo, Sciences Po, fueron cancelados pocos días antes de que comenzaran a impartirse. Este hecho mereció una investigación del semanario L’Express, que confirmó que la decisión de las autoridades había respondido a presiones de quienes, basados en la ideología de género, niegan la teoría de la evolución de Charles Darwin.
Orlando trabaja codo a codo con un grupo de intelectuales franceses que cuestionan el movimiento woke, un fenómeno cuya faceta más reconocida quizá sea la ultracorrección política, una corriente de pensamiento cuya cosmovisión describe la realidad a través del prisma de la raza y el género.
Además de ser el coordinador científico de un evento que se realizará en junio en el Senado francés, donde se discutirán los peligros de los tratamientos hormonales de los menores para acceder a su cambio de género, Orlando, que escribe regularmente en el semanario Le Point, acaba de exponer en el Senado argentino. Allí, en una jornada organizada por la Dirección de Capacitación Parlamentaria, dialogó con la licenciada en Historia Claudia Peiró sobre “La libertad académica y el peligro del discurso único en la Universidad”.
Las sociedades occidentales padecen hoy una suerte de ceguera blanca, como la que narraba José Saramago en Ensayo sobre la ceguera, dice Orlando. Pero en este caso, aclara, es una ceguera cognitiva. “Disentimos sobre verdades que hasta hace poco eran aceptadas. La realidad entera parece hoy un partido de fútbol, donde vemos el desempeño del árbitro en función del equipo del cual somos hinchas. Esto, en ciencias cognitivas, se llama myside bias, o sesgo de parcialidad, y lo han estudiado psicólogos como Keith Stanovich y Dan Kahan. Este fenómeno se encuentra hoy en su paroxismo por dos factores convergentes. Por un lado, las redes sociales, que nos han llevado a una situación que el psicólogo social Jonathan Haidt considera metafóricamente análoga a la de la Torre de Babel, donde Dios castiga a los humanos y los hace hablar en distintas lenguas. Los algoritmos nos llevan a una caja de resonancia ideológica con nuestra propia visión del mundo y rechazamos otra mirada. El otro fenómeno es el wokismo”.
–No se utiliza tanto el término wokismo en la Argentina, e incluso se lo equipara incorrectamente con la ultracorrección política, a pesar de que es un fenómeno más complejo, con más tentáculos. ¿De qué se trata este fenómeno global?
–Woke significa estar despierto. El wokismo es, como indica Nathalie Heinich, una atmósfera totalitaria que se bate con virulencia en Occidente: la mayoría de la población termina callando frente a los delirios de una minoría extremista que le impone un altísimo costo social a quienes osan contradecirla. El filósofo Jean-François Braunstein considera que hay elementos de esta ideología, como el aspecto de género, que son análogos con movimientos religiosos del primer siglo de nuestra era, como el gnosticismo, en el que el cuerpo era considerado algo nefasto y había que liberar el alma encerrada.
–¿Dónde encontramos hoy el wokismo?
–Movimientos como Black Lives Matters apropió el término para manifestar que está despierto ante las injusticias. Y aquí también aparece otra connotación religiosa que remite a los grandes despertares de la fe del siglo XVIII o XIX. Estas personas que pretenden estar alerta se creen elegidos que saben dónde están los problemas y cómo resolverlos: con una mano diagnostican el problema y con la otra, brindan la cura. Persiguen a quienes no adhieren a su visión del mundo. El wokismo es una visión ideologizada de la realidad a través de una grilla de lectura que combina primero, al marxismo, donde la idea de clase se reemplaza por la de minoría; segundo, corrientes posmodernas, donde todo es relativo y no es posible llegar a una verdad objetiva; y, tercero, teorías críticas que entienden la sociedad de forma maniquea como una confrontación entre dominantes y dominados.
–¿De qué modo las universidades occidentales son responsables de esta postura de conciencia o ideología?
–Si el wokismo es una religión, sería la primera religión nacida en las universidades. El wokismo es una ideología o religión de las elites cognitivas, diplomadas, que en Occidente ocupan casi la totalidad de las esferas mediáticas y burocráticas. El wokismo se ha institucionalizado.
–Entonces, ¿sus ideas son progresistas?
–Estas ideas reemplazan la razón y la objetividad por la emoción y la subjetividad, el humanismo por características esencialistas como el género y la raza, y nos retrotraen a la superstición y a la animosidad de lo tribal. Incluso nos reintroducen en males de la sociedad que estábamos dejando atrás, como el sexismo y el racismo, porque promueven el paternalismo para con las minorías étnicas y las mujeres, a quienes consideran víctimas incapaces de tomar las riendas de su destino y de progresar de forma meritocrática. El sueño de quienes hoy se creen progresistas es en realidad una pesadilla retrógrada que lleva a la humanidad a una Edad de las tinieblas científica, económica y moral.
–¿Hay censura en las principales universidades del mundo?
–En Occidente la censura se ha convertido en la norma y cuanto más prestigiosa la universidad, más censura. El caso emblemático es el de Harvard, que sigue teniendo en el imaginario colectivo un gran prestigio, pero si vas a los datos recopilados por el Foundation for Individual Rights and Expression (FIRE), dirigido por Greg Lukianoff, y chequeás el ranking de libertad de expresión, Harvard tiene un puntaje negativo. La profesora de endocrinología Carole Hooven tuvo que renunciar a Harvard porque no podía continuar enseñando verdades básicas tales como que la testosterona tiene efectos en el comportamiento que generan diferencias entre machos y hembras.
–¿Qué perfil de profesionales crean, entonces, las universidades occidentales?
–Henry Kissinger decía en su último libro que las universidades solo producen técnicos o militantes. Los universitarios son la franja de la población que más enceguecida está. Los expertos, la autoridad epistémica de la cual goza la universidad, nos ofrece una visión de la realidad sesgada que genera un problema cuando se aplica a políticas públicas. En La transformación de la mente moderna, Greg Lukianoff y Jonathan Haidt estudian estos perfiles: mentes frágiles que están convencidas en obrar por el bien, formados en una visión maniquea.
–¿Cómo explica la ocupación de las universidades más prestigiosas del mundo para manifestar el respaldo de cierta porción del estudiantado a Palestina?
–En sintonía con las ideas arriba mencionadas, hay una ideologización en la educación y en este caso se ve mediante un gran desprecio por Occidente y sus valores, de los cuales Israel es la encarnación. Esto es potenciado por el antisemitismo woke: en su grilla de lectura de la realidad, los judíos son los dominantes que deben ser combatidos, y los palestinos los dominados a los que todo les debe ser perdonado, incluso el horroroso ataque perpetrado por Hamas el 7 de octubre pasado.
–Francia es considerada una cuna del pensamiento libre, un templo de libertad para los intelectuales. ¿Cuáles son hoy las principales preocupaciones y luchas del mundo académico e intelectual?
–Occidente le debe a Francia mucho a partir de los pensadores de la Ilustración, pero desde hace unas décadas libra una lucha contra sí misma. La preocupación principal de los franceses es la inmigración y el Islam, mientras que la preocupación de las elites cognitivas y diplomadas es que la sociedad en su conjunto se preocupa por la inmigración y el Islam. He aquí la paradoja. Pero, a pesar de este momento delicado, hay una ebullición intelectual y una proliferación de voces que combaten el wokismo.
–¿Por qué hay una corriente que refuta las ideas darwinianes o biológicas? ¿Qué impacto tiene?
–Tradicionalmente la negación de la teoría de Darwin venía del sector religioso, del creacionismo. Desde hace más de un siglo las ciencias sociales se separaron de la biología y viven en una especie de mundo predarwiniano y premendeliano, que rechaza la evolución y la genética. Esto se ve en innumerables profesiones, no solo en la ciencia. Todo está infectado en la burocracia y en los medios por gente que fue formada en esta negación de las realidades biológicas; por ejemplo, que cree tonterías como que los juegos de niños y niñas corresponden a la sociabilización, cuando es una constante universal que los niños juegan juegos donde hay un enemigo, mientras que las niñas juegan a cuidar de un ser, como una muñeca, y hasta las chimpancés hembras juegan con troncos como si fuera su cría. El biólogo Jerry Coyne dice que dentro de unos años la biología no se va a parecer en nada a la que conocemos hoy porque se está haciendo un esfuerzo para reescribir verdades básicas.
–¿Qué hechos sociales nos ayudan a entender la perspectiva biológica?
–Del mismo modo en el que antes nos eran ignotos fenómenos como una enfermedad o un eclipse, estamos desprovistos de criterios para entender fenómenos como la criminalidad o la pobreza. Desde una perspectiva darwiniana o evolutiva podemos entender, por ejemplo, el fenómeno de los menores que delinquen. Un 90% de los crímenes con violencia son cometidos por hombres jóvenes por una cuestión de búsqueda de jerarquía. Si no entendemos bien el fenómeno, no podemos encontrar soluciones, ni podemos concebir vías alternativas; por ejemplo, un servicio militar voluntario para hombres jóvenes que quieren acceder a esa jerarquía es una salida.
–¿Qué herramientas nos brinda la teoría evolutiva para entender el comportamiento del electorado? Planteó en algunos artículos a partir de su análisis que Javier Milei era el candidato que mejor se adapta a esta coyuntura. ¿Por qué?
–Hay ciertas elecciones del electorado en algunos contextos sociales particulares. En mayo de 2023 me encontraba de visita en la Argentina y me sorprendía que la gente no tuviera mucha esperanza en la candidatura de Milei, cuando a mí me parecía evidente que iba a llegar lejísimos. He escrito al respecto en aquel momento, porque Milei encarna lo que en literatura cognitiva se llama un líder dominante: rasgos faciales masculinos, un mentón prominente, rostro musculoso, tono de voz grave, capaz de variar en registro, lenguaje violento, incluso soez, con insulto y amenaza al adversario, y signos de carencia de empatía. Nuestra mente evolucionó para detectar indicios de estos líderes, necesarios según, otra vez, nuestra mente, en tiempos de guerra, pero personalidades que evitamos en tiempos de paz. El ejemplo claro es Winston Churchill, elegido para gobernar en la guerra, pero no después de 1945. La Argentina se encontraba en una situación de conflicto social análogo a una situación de guerra. Que Milei genere verdadero fervor en Europa y en Estados Unidos nos dice algo del contexto internacional a lo que le deberíamos prestar atención: el mundo está desesperado por la búsqueda de un héroe de la libertad y de los valores occidentales frente a los que quieren imponer otro orden. Independientemente de si creemos o no que Milei encarna ese liderazgo, esto representa una oportunidad dorada para la Argentina, que ojalá este gobierno sepa interpretar.
–¿Por qué? ¿Cuál es la posición o el atractivo que brinda la Argentina en la guerra cultural global?
–La Argentina se ha convertido hoy, lo quiera o no, en un faro de la guerra cultural global. Todos quienes están en pie de guerra contra las elites diplomadas de Occidente que quieren imponen un orden económico, social, medioambiental o migratorio que ellos no desean están mirando a Milei con fervor. En Francia, todo artículo de crítica a Emmanuel Macron se acompaña con la palabra “afuera”, haciendo referencia al video viral de Milei sacando ministerios. Genera un fervor global. Hace unas semanas salió un artículo en Le Figaro sobre cómo podría aplicarse en Europa los cambios a la ley de alquileres que hizo Milei tras asumir. Actualmente Occidente está bajo ataque no solo de Rusia, China o Irán, sino también desde su interior, con las elites que desprecian los valores y principios de la Ilustración. En el siglo XIX los galeses quisieron fundar una nueva Gales más allá de aquel territorio, en la ciudad chubutense de Gaiman. La Argentina debería aspirar a convertirse en una gran Gaiman de la civilización occidental, un nuevo epicentro de las ideas de la libertad y el progreso humano que proteja y revitalice lo que está en ataque en otras partes. Estoy convencido de que ese proyecto generaría una lluvia de inversiones para nuestro país.